LA GENERACIÓN COVID Y EL FINAL DEL VERANO

Cuando enumeramos las secuelas de la pandemia, hay una más de la que queremos hablar, porque afecta a nuestro ya castigado colectivo médico. Nuestros residentes, todos los años terminan su formación en el mes de mayo, y los esperamos ansiosos, como el agua de este mes, para ofrecerles contratos más o menos estables, pero sobre todo para que palíen, aunque sea livianamente, nuestra sequía de médicos para cubrir el plan de vacaciones de verano.

 

Pues bien, este año, nuestros retoños ya convertidos en médicos especialistas, como secuela tardía de este maldito virus, van a terminar su formación más tarde, a finales de septiembre.

 

Se nos va nuestra pequeña esperanza estival como las sombrillas con los primeros vientos de otoño.

 

Un año más nos enfrentamos a un plan de vacaciones fantasma, que no se va a llevar a cabo porque nuevamente recurrirán al mantra de “no hay médicos”.

 

Y en gran parte tienen razón; no hay médicos MOTIVADOS, porque no se sienten valorados ni remunerados de acuerdo a su ejercicio profesional, no hay médicos COMPROMETIDOS porque aún a día de hoy, se sigue fidelizando a nuestros especialistas con contratos mes a mes. No hay médicos VOCACIONALES, porque mentira a mentira, desengaño a desengaño, agresión tras agresión, se disipa lo que juramos años atrás con tanta ilusión como discípulos de Hipócrates.

 

Con un concurso de traslados previo a las vacaciones y la oferta de empleo público por resolver, las zonas más desfavorecidas en cuanto a la cobertura de profesionales, vamos a tener que ver cómo nuestros escasos facultativos emigran hacia zonas más apetecibles. Los consultorios más alejados e inaccesibles, aquellos que esperan con los brazos abiertos a su médico del pueblo, se van a ver una vez más, sin este derecho constitucional y moral, porque nuestros galenos buscan otras zonas donde no tengan que invertir gran parte de su sueldo en gasolina para su propio vehículo y en un alojamiento cercano a su trabajo.

 

Una plantilla escasa, se enfrenta a una sobrecarga asistencial y un aislamiento y dispersión que hace aún más duro y menos deseable nuestro trabajo. Pero, sin embargo, como paradoja, nuestras tareas burocráticas y administrativas siguen creciendo de forma exponencial; esto, junto con una cartera de servicios cada vez más extensa e inabarcable, solo consigue aumentar nuestro nivel de frustración y las ganas de huir a otros lugares e incluso a otros oficios más amables.

 

Esta situación no solo se ve en la atención primaria, ya que los hospitales comarcales siguen siendo el patito feo de nuestros profesionales, que prefieren ejercer en hospitales grandes, con más recursos y posibilidades y, sobre todo, más cerca de sus casas.

 

En fin, solo nos queda que el frío de la indiferencia y la pasividad nos recuerde que, una vez más, se nos van las vacaciones y cada vez, los que quedamos, somos menos y estamos más solos.

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